¿Quién podrá salvarnos de la
banalidad que nos rodea? ¿Quién podrá salvarnos de la gente sin techo,
durmiendo en la calle, quién podrá contra la superficialidad de tanto estándar
de vida, o de los bestsellers en autoayuda ocupando las vidrieras en la librerías
mientras agonizan del otro lado del mostrador las ideas sólidas que pueden
saciar nuestra sed de certezas? ¿Quién podrá salvarnos de los niños con hambre
de pan y justicia social? ¿Quién podrá salvarnos de tanta conformidad insulsa,
de la huída ante el reto de vida que el amor en estos tiempos exige? ¿Quién
podrá salvarnos del pacto sin compromiso? ¿Quién podrá salvarnos del miedo
urbano y del “enemigo interior” que la mundialización promueve? Miedos que a
diferencia de aquellos que un día nos condujeron a la construcción de la
civilización, hoy se concentran en un enemigo interno.
Para que tú lo
sepas
te dejo como
herencia
lo que yo siempre
quise :
el dolor, la
tristeza
de otros -dios los
bendiga-
que nos hicieron
grandes.
En ellos me refugio
con ellos soy
monarca
dueño del paraíso,
señor de cuerpo y
alma
y dios omnipotente
de las calles y los
bares.
Y dueño de tus
labios,
dueño de tus
reproches
y de tus regañinas,
de tu tos por la
noche
y de esa palabra
que huele a pan y a
tarde.
Te dejo todo eso
sin que nadie lo
sepa.
Para que un día si
quieres
venga la voz
certera
de Neruda a
decirnos
esos veinte poemas
Y sepamos que otros
han convertido el
mundo
en lugar de
esperanza,
en el dulce refugio
donde salvar la
vida
efímera, frágil y pequeña.