4 nov 2012

Hoy más que nunca el planeta y sus mentiras...



¿Quién podrá salvarnos de la banalidad que nos rodea? ¿Quién podrá salvarnos de la gente sin techo, durmiendo en la calle, quién podrá contra la superficialidad de tanto estándar de vida, o de los bestsellers en autoayuda ocupando las vidrieras en la librerías mientras agonizan del otro lado del mostrador las ideas sólidas que pueden saciar nuestra sed de certezas? ¿Quién podrá salvarnos de los niños con hambre de pan y justicia social? ¿Quién podrá salvarnos de tanta conformidad insulsa, de la huída ante el reto de vida que el amor en estos tiempos exige? ¿Quién podrá salvarnos del pacto sin compromiso? ¿Quién podrá salvarnos del miedo urbano y del “enemigo interior” que la mundialización promueve? Miedos que a diferencia de aquellos que un día nos condujeron a la construcción de la civilización, hoy se concentran en un enemigo interno. 

Así fuimos preocupándonos más por la integridad y fortaleza de la ciudad que por el aislamiento del propio hogar dentro de ella. Los muros que antes rodeaban las ciudades ahora las cruzan y se entrecruzan en infinitas direcciones. Barrios cercados, espacios públicos rigurosamente vigilados y de acceso restringido, guardias de policía armados en los portones y puertas electrónicas, estrategias pensadas contra el conciudadano indeseado más que contra los ejércitos extranjeros, los salteadores de caminos, los merodeadores y otros peligros desconocidos que aguardaban más allá de los portales. Miedo interno como síntoma de consolidación del invasor extranjero que ya no se vale de guerras armadas para saquear otros suelos, solo basta con  la dependencia económica y la manipulación cultural para lograr los mismos objetivos de siglos atrás.
En la liquidez moderna, no se trata de no solidarizarse con el otro, sino de evitarlo, aislarse de él. No es cuestión de amarlo u odiarlo, sino de mantener distancia, así se anula el dilema y se vuelve innecesario elegir entre el amor y el odio.



Para que tú lo sepas

te dejo como herencia

lo que yo siempre quise :

el dolor, la tristeza

de otros -dios los bendiga-

que nos hicieron grandes.


En ellos me refugio

con ellos soy monarca

dueño del paraíso,

señor de cuerpo y alma

y dios omnipotente

de las calles y los bares.


Y dueño de tus labios,

dueño de tus reproches

y de tus regañinas,

de tu tos por la noche

y de esa palabra

que huele a pan y a tarde.


Te dejo todo eso

sin que nadie lo sepa.

Para que un día si quieres

venga la voz certera

de Neruda a decirnos

esos veinte poemas


Y sepamos que otros

han convertido el mundo

en lugar de esperanza,

en el dulce refugio

donde salvar la vida

efímera, frágil y pequeña.