27 sept 2012

Persiguiendo huellas.

Cae la tarde de un jueves a contramano, por sobre la vorágine de un mundo que se empeña en seguir su curso, sin incluir nuestros sueños. A pesar de su esfuerzo por aislarnos, tenemos la obligación de recuperar nuestra esencia de animales sociales. Aunque eso suponga tomar la ruta a contramano, ambicionando no dejarse llevar por la corriente moderna que trata de arrastrarnos, lejos del futuro que soñamos.
Inexorablemente los muertos son el dolor pero también son la luz. Muchas veces siento vértigo porque mis palabras a menudo citan muertos (otro favor que le debo a la banalidad de la sociedad y su ausencia de sólidos). Los libros que amo fueron escritos por gente que ya  no está pero que, sin embargo ha dejado su marca como huellas. Y así estoy siempre persiguiéndolas, porque sus huellas pueden llevarnos hacia delante, porque en la huella está el origen. Creo que ahí está el reto, en ir hacia delante pero regresando siempre a los territorios de la infancia o hacia esos legados que nos remiten a otra edad del mundo en la que la palabra y las promesas tenían valor, edad en la cual los ideales se defendían a ultranza, edad en la que por amor, se hacía frente al mundo.

Por eso es necesario cuestionar esas frases que dicen: “Dejemos el pasado en paz, no hay futuro si nos quedamos pegados al pasado, basta de melancolía, vivamos en plenitud el presente” Pienso que verdaderamente alguien camina hacia el futuro cuando logra enriquecerse con las demandas irresueltas de su pasado. Idea que podría trasladarse al orden de las generaciones para construir puentes por los que puedan pasar fantasmas del pasado. Fantasmas sociales como aquellos que atormentaban las tardes de Violeta, cuando la libertad y los derechos en América Latina comenzaban a peligrar. Como a muchos otros, frente a la pobreza mundana, a Violeta solo le quedó la riqueza de la palabra. La palabra como un verdadero campo de resistencia…


 Me mandaron una carta
por el correo temprano.
En esa carta me dicen
que cayó preso mi hermano
y, sin lástima, con grillos,
por la calle lo arrastraron, sí.

La carta dice el motivo
que ha cometido Roberto:
haber apoyado el paro
que ya se había resuelto.
Si acaso esto es un motivo,
presa también voy, sargento, sí.

Yo que me encuentro tan lejos,
esperando una noticia,
me viene a decir la carta
que en mi patria no hay justicia:
los hambrientos piden pan,
plomo les da la milicia, sí.

De esta manera pomposa
quieren conservar su asiento
los de abanico y de frac,
sin tener merecimiento.
Van y vienen de la iglesia
y olvidan los mandamientos, sí.

¿Habrase visto insolencia,
barbarie y alevosía,
de presentar el trabuco
y matar a sangre fría
a quien defensa no tiene
con las dos manos vacías?, sí.

La carta que he recebido
me pide contestación.
Yo pido que se propale
por toda la población
que «El León» es un sanguinario
en toda generación, sí.

Por suerte tengo guitarra
para llorar mi dolor;
también tengo nueve hermanos
fuera del que se engrilló.
Los nueve son comunistas
con el favor de mi Dios, sí.