"Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede
dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son
parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los indiferentes.
La indiferencia es el peso muerto
de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera
pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar.
Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta
desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate sobre
todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, permite la
promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar; consiente el acceso
al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar. La
masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de la fatalidad que
todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al que disiente, al
que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al
indiferente. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente,
pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi
voluntad, habría pasado lo que ha pasado?
Odio a los indiferentes también
por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a
cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les
pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento
en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad,
de no compartir con ellos mis lágrimas.
Soy partidista, estoy vivo,
siento ya en la consciencia de los de mi parte el pulso de la actividad de la
ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la cadena
social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por acaso,
ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en
ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos.
Vivo, soy partidista. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los
indiferentes."
Inmediatamente vienen a mi las obras de Berni quien en 1923 expone por primera
vez en Buenos Aires y en 1934
pinta con témpera sobre arpillera "Desocupados" y
"Manifestación", dos de sus murales más importantes.
¿Por qué Berni no fue un "indiferente"? No fue un "indiferente", por su profundo compromiso
social que lo llevó a fundar un nuevo movimiento estético. En sus propias
palabras: "El Nuevo Realismo era para nosotros un paso más allá (o más
acá), hacia lo inmediato y concreto. No estábamos recusando los aportes
innegables del surrealismo; estábamos, en todo caso, rechazando solamente los
aspectos meramente psicológicos e individualistas en que se había quedado
cierta parte del surrealismo. (...) La visión surrealista siempre ha tenido
alguna vigencia en mi pintura, aún hoy. Lo que pasa es que, como ya dije
anteriormente, yo en París vivía en un mundo puramente intelectual. Llego acá y
me enfrento con dos realidades: en el orden intelectual, un colonialismo
indiscutible que continúa todavía; en el orden sociopolítico y económico, una
situación de crisis profundísima. Vos veías en las calles la crueldad palpable
de la miseria. (...) Eso es lo que estaba sucediendo acá y, como yo venía con
una carga política, una carga ideológica, no podía dejar de interesarme y
conmoverme lo que veía y vivía".
En los años sesenta, Antonio Berni dedica una serie de obras
a Juanito Laguna, un personaje de su propia invención que simboliza la niñez
excluida en las grandes ciudades de América Latina. "Yo, a Juanito Laguna
lo veo y lo siento como arquetipo que es; arquetipo de una realidad argentina y
latinoamericana; lo siento como expresión de todos los Juanitos Laguna que
existen. Para mí no es un individuo, una persona: es un personaje; (...) en él
están fundidos muchos chicos y adolescentes que yo he conocido, que han sido
mis amigos, con los que me he mezclado, con los que he jugado en la calle.
También es una parte de mí mismo; no me identifico ni puedo identificarme
totalmente con él, porque yo no fui un niño de las villas miseria; aunque fuera
pobre en mi persona real y concreta es un símbolo que yo agito para sacudir
la conciencia de la gente. Simpatía claro que le tengo (a Juanito Laguna); compasión,
nunca; y quererlo sí, lo quiero. (...) Juanito Laguna no pide limosna, reclama
justicia; en consecuencia pone a la gente ante esa disyuntiva; los cretinos
compadecerán y harán beneficencia con los Juanitos Laguna; los hombres y
mujeres de bien, les harán justicia. De eso se trata. (...) Los Juanitos Laguna
han enriquecido a mucha gente y también a mí; pero yo no los he explotado, yo
estoy reivindicándolos".
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"Manifestación" |